Por Claudio Colombo
El 29 de setiembre murió a los 93 años el ex presidente
israelí y premio Nobel de la Paz, Shimon Peres, último sobreviviente de la
generación de los fundadores del Estado de Israel, cuyo servicio de inteligencia, junto al de Estados Unidos, se encargó de secuestra al dirigente kurdo Abdullah Ocalan, entregándoselo al régimen turco, que lo mantiene preso desde hace más de 17 años en la isla cárcel de Imrali.
Peres fue uno de los principales participantes en los acuerdos de Oslo firmados con los palestinos en 1993,
razón por la cual le otorgaron el premio Nobel de la Paz en 1994 junto con otro alto funcionario israelí, Yitzhak
Rabin, y el fundador de la OLP palestina, Yaser Arafat.
En Oslo, Peres se encargó de garantizar la rendición
política de quien fuera el máximo dirigente del pueblo palestinas, Yasser Arafat, que se comprometió
a abandonar la vieja consigna alrededor de la cual había fundado la
Organización para la Liberación Palestina -la destrucción del Estado de Israel-
y la estrategia de construir otro estado, de carácter “Laico, Democrático y No
Racista”.
Arafat hizo esto a cambio de gobernar un territorio mínimo,
ubicado en la Franja de Gaza y Cisjordania, dependiendo económica y
políticamente del estado sionista, ya que Israel nunca permitió el desarrollo
autónomo de estos territorios, hostigándolos y bloqueándolos permanente y
sistemáticamente.
No es casualidad que Shimon Peres se haya ocupado de
concretar este pacto siniestro, ya que siempre fue un enemigo del pueblo
palestino. ¡Cómo no serlo, si formó parte de la banda sionista que se ocupó de masacrar
a los habitantes originarios de Palestina, para imponer un estado de fascista y
guerrerista!
Peres, nacido en 1923 en el pueblo de Wiszniewo, ubicado en
ese entonces en Polonia, actual Bielorrusia, emigró junto a sus padres el año
1934 a territorio palestino -bajo mandato británico- integrándose a la
organización paramilitar judía Haganá en 1947, de cuyo seno nació la
organización Irgun, que se ocupaba de adquirir y aprovisionar armas.
Con la experiencia adquirida en el tema de armas y como
director general del ministerio de asuntos militares se convirtió en uno
de los artífices y arquitecto del programa nuclear israelí y el desarrollo de
las fuerzas armadas, consolidando el poder del estado sionista, que se
construyó como un enclave yanqui al servicio de amedrentar y reprimir la
rebeldía de las masas árabes y palestinas de Medio Oriente.
Sionismo y fascismo,
dos caras de la misma moneda
Los judíos no son una raza, sino descendientes de un “pueblo
clase” que fue creciendo y desarrollándose en sociedades previas al capitalismo
alrededor de actividades comerciales, como los fenicios y los lombardos. La
religión les dio una gran cohesión social.
Con la llegada del capitalismo los sectores más poderosos
-como Rothschild o Hirsh- se acomodaron rápidamente dentro de la burguesía
imperialista, mientras que los sectores más plebeyos se incorporaron al
proletariado y la pequeña burguesía baja europea y de otros países.
Allí comenzó una pelea por el liderazgo de los sectores
populares entre la izquierda revolucionaria -que les ofrecía una perspectiva
socialista- y el sionismo que les proponía “huir del peligro subversivo” y las
masacres perpetradas por los antisemitas, emigrando a las tierras
bíblicas.
Según el sionismo constituían un “pueblo sin territorio” que
debía marchar hacia un “territorio sin pueblo”. Inglaterra se hizo cargo
ofreciéndoles la colonización de Palestina, a través de la declaración del ministro
de relaciones exteriores Balfour en 1917.
Cuando finalizó la Primera Guerra los
imperialistas se repartieron las posesiones de los derrotados –alemanes,
austríacos y turcos- dejando a Palestina en manos de Inglaterra, que promovió
la emigración de colonos judíos para usarlos como fuerza de choque, empleados y
gerentes de sus empresas.
Los sionistas, con personajes como Shimon Peres a la cabeza,
organizaron las bandas fascistas Haganá, Stern e Irgun y la central obrera
racista Histadrut para combatir a los palestinos, derrotándolos luego de la
huelga general de 1936 -que duró seis meses- y un largo proceso de luchas que
culminó en 1939.
Cuando finalizó la Segunda Guerra y EE.UU. se
transformó en dueño del mundo los sionistas se aliaron con los yanquis y estos
-junto a los rusos- les garantizaron la partición de Palestina el 14 de mayo de
1948. Los árabes denominan al 15 de mayo como Nakba o “catástrofe”.
Limpieza étnica y fascismo
Con la Nakba se profundizó la expulsión de los
palestinos, que en 1949 eran más de un millón viviendo en campos de refugiados
de los países árabes. Para consumar esta política, denominada de “transferencia”,
las bandas judías asesinaron a miles.
Además usaron dos leyes, la de “propiedades de las personas
ausentes” y la del “retorno”. Con la primera confiscaron los bienes de los que
huían debido a las persecuciones y con la otra hicieron “retornar” a miles de
judíos que nunca vivieron en Palestina para hacerse cargo de las posesiones de
los “ausentes”.
Esta política es como la que proponía uno de los ideólogos
del colonialismo británico -Cecil Rhodes- quien decía que la “mejor manera de
solucionar los problemas de los pobres era llevándolos a África para explotar a
los nativos y ocupar sus tierras”.
La OLP y los acuerdos de Oslo
Luego de la derrota de 1939 el pueblo palestino continuó
resistiendo y en 1964 puso en pie la Organización para la
Liberación de Palestina, una coalición de movimientos considerada por la
Liga Árabe como la “representante legítima del pueblo
palestino”.
Su programa planteaba la destrucción del Estado de Israel
con la “lucha armada”, el retorno de los refugiados y la autodeterminación de
los palestinos, adoptando después la idea de fundar un estado propio laico,
democrático y no racista en territorios que van desde el Río Jordán hasta el
Mar Mediterráneo.
En 1993 su líder Yasser Arafat traicionó este programa aceptando
al estado sionista a cambio de que este reconociera a su organización;
iniciando así los Acuerdos de Oslo que terminaron beneficiando a Israel, que
se quedó a cargo de los asuntos exteriores, la defensa nacional, las fronteras
y la seguridad de Cisjordania y la Franja de Gaza.
En Oslo se consensuó la creación de un autogobierno -la
Autoridad Nacional Palestina- transfiriéndole algunos poderes y controles
sobre Cisjordania y Gaza, como la educación, cultura, salud, bienestar social y
el turismo.
La traición de Arafat y el proceso de corrupción de la
OLP manejando la Autoridad Palestina, facilitaron el avance de
los grupos islamitas como Hamas, que ganó las elecciones en la Franja de
Gaza.
Intifadas y nueva derrota del ejército israelí
La primera Intifada fue el levantamiento de 1987 en Franja
de Gaza y Cisjordania que empujó a los dirigentes de la OLP a
negociar los acuerdos de Oslo. La segunda, que comenzó en 2000 fue un largo
proceso que culminó con la derrota del ejército sionista en 2006 en Líbano, por
parte de Hesbollah.
Ocho años después el heroísmo del pueblo de la Franja de
Gaza desató un nuevo levantamiento en Cisjordania, que conmocionó a millones de
personas de todo el mundo que ganaron las calles para repudiar a los sionistas
en las principales capitales del mundo.
La retirada del ejército israelí, que según los propios
analistas judíos significa una “derrota” porque no pudieron conseguir sus
principales objetivos -acabar con las milicias y amedrentar a los palestinos-
se logró gracias a una combinación explosiva entre la resistencia armada de los
gazatíes y las poderosas movilizaciones mundiales.
La derrota del ejército sionista, en el marco de la
denominada “Primavera Árabe”, empujó a los pueblos oprimidos de Medio Oriente a
dar un salto de calidad en su lucha contra los gobiernos opresores,
principalmente a los kurdos, que organizados en milicias populares conquistaron
el territorio del Norte de Siria, o Rojava, construyendo sus comunas,
organizadas y dirigidas por asambleas populares.